martes, 18 de noviembre de 2008

La loca de los patines

Cada mañana va andando hasta la parada de Metro, son 10 minutos desde su casa, la mayoría cuesta abajo. Cada tarde vuelve desde la parada de metro a su casa, algo más de 10 minutos, esta vez cuesta arriba… Le da una pereza enorme hacer esos trayectos, sobre todo el de vuelta, porque además de ser cuesta arriba, está cansada después de un día entero de trabajo, y hace frío, y tiene unas ganas increíbles de llegar a casa.

Muchas tardes por el camino solía cruzarse con una niña rubia con el pelo largo y liso que iba en patines. Recorría la calle a toda velocidad, a veces por la acera, otras veces por la calzada, y no tenía ningún cuidado ni con los peatones ni con los coches. La llamaba “la loca de los patines”. Un par de veces estuvo a punto de llevarla por delante.

A menudo la veía también por la mañana, esperando a que abrieran la puerta del colegio. Iba de uniforme, jersey granate y pantalones grises, y obviamente sin patines. Entonces pensaba “mírala ahora, que buena e inofensiva parece”.

Una mañana que pasaba como cada día por delante del colegio, observó que había un grupo de niños y niñas agolpados alrededor de algo, o más bien de alguien. Entre el tumulto le pareció ver a “la loca de los patines”. Estaba en el centro, su cabeza se dejaba entrever por debajo de las de los demás, parecía que estaba sentada. Se acercó por curiosidad y se dio cuenta de que era ella la persona alrededor de la cual se agrupaban los niños. No podía creerlo, allí estaba, sobre ruedas como casi siempre, sólo que esta vez no eran las de sus patines sino las de una silla… Así sí que parecía inofensiva.

Se le formó un nudo en el estómago y le entraron unas ganas terribles de llorar. Una niña tan pequeña, sin poder volver a andar… Quiso pensar que a lo mejor era temporal, y que en unas semanas o unos meses la volvería a ver rodando como loca atropellando a diestro y siniestro por la calle. Pero el tiempo pasó y desde aquel día cada vez que la ve está sentada en su silla de ruedas.

Ya no le da pereza andar los 10 minutos que separan su casa del metro, ni por la mañana ni por la tarde, y de vez en cuando echa de menos que esté a punto de llevarla por delante “la loca de los patines”.

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